Sol en que mayas y quichés reconocieron y adoraron, y en el que viejos aimaraes como el ámbar fueron quemados. Faisán rojo cuando levantas y cuando medias, faisán blanco, sol pintador y tatuador de casta de hombre y de leopardo…” Así lo dejó descrito la poeta Gabriela Mistral, dentro de sus líneas a tan imponente resultado de la creación misma, que después de un tiempo se fijó como el centro de la galaxia que habitamos, al majestuoso, magnánimo y nada más y nada menos que nuestro chingón sol, aquel astro que sostiene nuestra vida en el planeta y, por si fuera poco, da orden con su gravedad a nuestro sistema solar.

Eso sí, que conste que cuando hablamos del sol, no hablamos de Luis Miguel, lo digo solo para puntualizar, ahí lo dejó.

En fin, continuemos, nacemos, crecemos, nos reproducimos y hasta nos petateamos, pero allí sigue el condenado, como uña y mugre con nuestro planeta tierra. Y, continuará así por otros cinco mil millones de años más, hasta que el sol se vuelva una gigante roja cuando se >consuma todo su combustible. Pero, claro está, mucho antes nuestro sistema solar colisionara con la galaxia de Andrómeda terminando con la vida como la conocemos hoy. Sin embargo, no hay que preocuparse por ahora, para eso aún falta un chingo de tiempo, aproximadamente cuatro mil millones de años.

El sol es nuestro fiel compañero, ha estado con nosotros durante siglos, eones, como vigila o guardián de nuestras historias y vivencias como humanidad misma, protegiéndonos y dándonos su dulce candor cada día de su existencia. Sin él, simplemente no habría existencia alguna para nosotros, prácticamente seríamos un cero a la izquierda.

Esta espléndida estrella posada en el centro de nuestro sistema fue bautizada formalmente por los romanos, por ser el astro más brillante que les ofrecía la luz del día, proveniente de la palabra indoeuropea sawel que derivó finalmente en el griego helios, y que en la actualidad es sinónimo del átomo que honra al elemento químico del cual está conformado un parte de nuestro astro rey, el helio.

El imponente sol desde la antigüedad siempre fue sinónimo de grandeza, chingonería y de poder, adorado por todas las civilizaciones, tanto antiguas como modernas, las cuales armonizan en singular sintonía la adoración a la vida misma. Los egipcios nos muestran a Ra, representado como el más grande y el padre más fregón de todos los Dioses. El Inti de los Incas, todo poderoso y creador de vida. El gran Kinich Ahau, Dios maya que, según la leyenda, generaba la luz, el tiempo, el calor y los cuatro rumbos que tenía el universo en su vasta extensión.